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Foto del escritorTamara Chenel Alejo

EL BUEN EDUCAR

Actualizado: 26 sept 2021

Como el buen comer o el buen dormir, el buen educar es adictivo. Lejos de cansar, da energía y rejuvenece.

El buen educar es diverso, como diverso es el mundo y diversas las personas. Hay infinitas formas de hacerlo pero todas siguen la misma receta:


  1. Amor y consideración: Tu felicidad y libertad son importantes.

  2. Autoridad. Infundiendo protección y seguridad, además de límites claros y fundamentados.

  3. Presencia. Que tiene en cuenta la calidad del tiempo, más que la cantidad, y la disposición más que la disponibilidad.

AMOR Y CONSIDERACIÓN: TU FELICIDAD Y LIBERTAD SON IMPORTANTES.


En ocasiones, nos puede resultar un tanto difícil mantener un equilibrio entre el deseo de proteger y facilitar la felicidad de los/as niños/as, y el respeto de su libertad. Esto implica, por ejemplo, aceptar con respeto que nuestro/a hijo/a tenga una ideología diferente a la nuestra, o que desde pequeño/a exprese una curiosidad o inclinación a otras creencias religiosas. Se trata de reconocer cuándo estamos invadiendo su espacio porque los consideramos "nuestros" . Esto se acentúa más con la llegada de la adolescencia, y conforme van exigiendo más autonomía. Poner el énfasis, no solo en la felicidad, sino también en la libertad de nuestros seres queridos, incluidos/as los/as niños/as, nos ayudará a equilibrarnos y a no ser impositivos con ideas, juicios, formas de vida, creencias e incluso personalidad que consideramos "idónea". Al final, educar es el proceso de preparar para la vida adulta, esto es, para la libertad e independencia. Por lo tanto, no tiene sentido no propiciar la libertad y a la vez decir que estamos educando. En definitiva, educamos a los/as niños/as para que hagan lo que más nos duele: separarse de nosotros/as. Este es el mayor acto de amor y de compromiso.


AUTORIDAD


Los/as niños/as necesitan amor y protección. Dentro de la protección, están, evidentemente los límites, los cuales regulamos a través de la autoridad. Tener los límites claros antes de hacerlos explícitos es imprescindible para un estilo educativo saludable, que propicie el desarrollo. Si los límites cambian cada dos por tres o están confusos, esto generará grandes dosis de ansiedad en los/as niños/as, y se puede, además, reflejar en su comportamiento, con conductas oposicionistas o rebeldes, o con comportamientos caóticos y poco adaptativos.

Existen distintos estilos a la hora de ejercer (o no) la autoridad, y ninguna de ellos es puro al cien por cien: solemos fluctuar entre uno y otro, aunque tengamos la tendencia, o la determinación, de usar uno preeminente: autoritario, con gran rigidez y escaso afecto; permisivo, con afecto pero sin límites o escasos (este estilo tiene también el permisivo negligente, en el cual no hay límites pero tampoco atención ni afecto); y el democrático, en el que hay convivencia de normas y límites con afecto y aceptación, y en el que la comunicación y la negociación están presentes en el día a día.


PRESENCIA


A menudo se confunde con "cantidad de tiempo presencial "con el/la niño/a. En realidad, la presencia es estar ahí disponible por entero, de cuerpo y mente. No es excesivamente importante si es varias horas al día, como unas pocas a la semana, siempre y cuando exista y sea de calidad. Así, al jugar, disfrutamos del juego y aprovechamos para conocer mejor al/la niño/a. Al/la que hemos tenido, pero también al/la que todavía llevamos dentro.


Estos ingredientes conforman el buen educar, que no es un educar perfecto ni pretende serlo. Es el educar de calidad, porque implica disfrute, compromiso y conocimiento. En constante cambio, en constante revisión y aprendizaje. Nadie podrá decirnos si somos "buenos/as" o "malos/as" padres o madres, porque esas categorías dejan de existir en el universo espacioso de la presencia consciente. No se trata de ser bueno a malo, se trata de ser responsable y disfrutarlo. Porque ha sido una responsabilidad que, de una forma u otra, hemos elegido.


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